“El viento es una golondrina

de rutas imprecisas”

 Daniela Feoli

Crónicas sobre autismo

1

Estoy parada en el 55, volviendo del jardín con Javi. El sentado, tranquilo, en un asiento de 2. Va vestido con ropa de colegio. El hombre de al lado le sonríe. Parece buena gente.

-¿Y por qué lo mandás al colegio tan lejos?

-Tiene autismo, va a una escuela especial –contesto con naturalidad.

-Ahh mirá… no parece.

-No, y además, tiene 4 años. Es chico.

-Sí, es cierto. Yo le daba 7.

-¿Tuvo algún trauma de chico? ¿Alguna situación violenta? Porque dicen que el autismo viene por eso –aclara.

-No, la verdad que no.

-Entonces ya vino así.

-Sí, ya vino así –sigo con una naturalidad que a mí misma me sorprende-. Hacemos muchos tratamientos. Va a la psicopedagoga, a la fonoaudióloga, y otras cosas más (paso por alto a la terapia ocupacional con integración sensorial)-. Es mucho trabajo.

-Sí, me imagino… ¿y no probaste con algo más casero?

-¿Cómo qué? –le pregunto.

-Con un curandero.

-No se me había ocurrido –le contesto.

-Porque la ciencia a veces no sirve –siguió el hombre que, acto seguido, me comentó que era de Salta.

-Mirá, yo no me cierro a nada. Por ahora probamos por este lado, si no, después veremos.

-Yo no sé si la fonoaudióloga te lo va a hacer hablar –dice vacilando y yo pienso lo mismo a la vez pero no digo nada-. ¿A vos te queda cerca Liniers? -pregunta.

-Sí –contesto.

-Ahí, cerca de la estación, hay unos puestos donde venden comida y hay tarotistas y también unos médicos muy buenos.

-¿Médicos?

-Médicos curanderos. A mi papá lo arreglaron.

-¿Tu papá es autista?

-No, pero tenía un problema en el estómago o en el intestino. Terrible. No podía controlar… me entendés. Y lo dejaron perfecto.

El colectivo ya casi doblaba por Acoyte.

-¡Qué bien! –le digo sinceramente-. Mirá, yo no descarto nada a esta altura. Cualquier cosa más adelante lo vemos.

-Me parece bien. Parece buen pibe. Seguro que sale adelante.

-Gracias –le digo contenta.

-Pero haceme caso. La ciencia no sirve a veces. Llevalo a un curandero. Ahí por Liniers hay muchos de mis pagos.

-Dale. Lo voy a tener en cuenta. Muchas gracias por el dato –digo y es cierto que se lo agradezco. Y también es cierto que no lo llevaría en mi vida a un curandero pero lo que dice sobre la ciencia es cierto y tantos cosas más que se me pasan por la cabeza.

Javi ya estaba parándose porque se ubica cuando estamos llegando. Lo mira pero no le sonríe. Siento que es la mejor conversación sobre autismo que tuve en mucho tiempo.

2

El día que Javi cumplió un año y medio lo llevé a una sala de juegos para nenes, en un shopping. Cuando entramos se soltó con fuerza de mí y se tapó los oídos. Corrió hacia una pared como un animal asustado. Corrió hacia la otra. Amenazado. Yo ya sabía que algo pasaba, lo sabía desde antes sin poder ponerle palabras. Intenté abrazarlo, tomarle la cara entre mis manos y mirarlo pero desvió la vista y se soltó como un animal furioso.

3

Hace tres años comencé a hacerme tatuajes. En mi antebrazo derecho tengo a un panda bebé de líneas finas. Simples. Está en posición fetal. Descansa. Tenía miedo al dolor pero no sentí casi nada. Ese fue el primero. En mi antebrazo izquierdo tengo a una osa polar con su cría. Ella apoya el hocico en su bebé. Él descansa agarrado a ella. No se distingue dónde termina un cuerpo y dónde comienza el otro. Dolió más. Ese fue el segundo. Luego vinieron otros. Al principio, Javi los miraba extrañado. Intentó agarrar a los osos varias veces, como queriendo sacarlos del brazo. Después ya no. Se da cuenta de que, de alguna manera, viven ahí. A veces los mira largamente. Le gustan los osos; tenemos varios en casa, en muñecos, en libros. Al principio solía tomarme de las muñecas, levantaba mis brazos, los miraba y sonreía. Con complicidad. Como si fueran viejos conocidos. Como si todos fuéramos los hilos de un mismo tejido.

4

Y hay momentos difíciles. Le pasa a veces, pocas, pero le pasa. Javier totalmente desconectado, en su frecuencia personal, feliz, pero totalmente ajeno a todo lo que no sea de su interés inmediato. Pasa pocas veces pero a veces le pasa. Dejaste las compras para hacer con él porque tantas veces funciona bien y porque aprovechaste el tiempo sin él para trabajar y hacer cosas tuyas. Pero ese día la cosa no funciona porque la desconexión es plena y entonces la palabra es nada y todo está en el violeta chillón del cartel de 70% de descuento de Farmacity y ese cartel lo mira y lo toca y hasta lo saca de su lugar y se lo lleva a la boca. Y el de seguridad mira porque encima parece de 7 y la gente mira y cuando lo tenés que llevar a la caja no hay forma y casi lo tenés que arrastrar porque él no se quiere parar y quiere permanecer sentado en el piso de la góndola contemplando el cartel de 70% de descuento como si fuera una violeta. Y sacás la tarjeta de crédito y el DNI para pagar rápido con un ojo en la caja y el otro en Javier y es tu mochila, la de él y las compras y en un momento se cae tu DNI y por más onda que le ponga el chico de la caja de no pedírtelo para pasar la tarjeta lo tenés que buscar igual y la gente que mira y Javier muerto de risa sigue tirándote el cuerpo para abajo por más que intentes que se pare. Y ya mira con ganas la puerta de Farmacity que se abre y se cierra se abre y se cierra y da a Acoyte y Rivadavia y los autos afuera y las luces porque ya es de noche y no hay nada pero nada en ese momento que sirva porque Javier es una fuerza vital, es puro sentido, sin límites y en esos momentos entiende menos de lo que habitualmente entiende porque no está escuchando nada y entonces yo quiero desaparecer. Dejar de estar ahí. Apretar un botón y volver  atrás en el tiempo.

5

-¿Como van los tratamientos de tu hijo? –preguntó Daniel, venezolano, mientras promediaba mi nuevo tatuaje en el brazo derecho.

-Bien. Vamos. Lento. Pero vamos.

-¿Dice algo?

-Ma-má. Pa-pa. A veces todo junto.

-Eso es importante.

-A veces es una mochila pesada –dije-. No saber… Hasta dónde va a poder. A veces no te dejan los fantasmas –reflexioné.

Daniel estaba muy concentrado en el sombreado de las hojas de la espiga floral que me estaba tatuando.

-Entiendo –y se quedó en silencio unos minutos-. Es importante que diga ma-má y pa-pa. Junto o separado –vaciló-. Mi padre nunca me quiso. Le dio a mi madre la plata para hacerse un aborto. Hace 34 años, en Venezuela, eso era carísimo. Hacerlo bien, quiero decir. Mi madre guardó la plata y empezó a ahorrar como pudo. Para recibirme. Con sus precarios trabajos.

-Entiendo –dije yo-. Esa es tu mochila.

-Y es muy pesada. Nunca me quiso. De chico lo vi poco. Cada vez menos. Estaba en buena posición económica. Le pedí que me ayudara cuando termine el Bachillerato, yo quería estudiar Diseño Gráfico. Ni me contestó.

-¿Tu mamá hizo pareja después?

-Si. Tuve varios padrastros… pero ahí se equivocó. Algunos no me trataron muy bien. Y hay cosas que me cuesta superar.

-Entiendo –dije- y me quedé en silencio. Cerca de las tintas Daniel tenía un libro de Borges.

-Por eso no quiero tener hijos. Lo tengo muy hablado con mi novia. En cada niño me veo a mi mismo, de chico.

-El papá de Javier no estaba convencido… de querer hijos –le dije- El quería vivir de otra forma. Yo quería hacer lo que hacen todos. Pero no lo engañé, si le insistí. Mucho –y paré de hablar-. Javier fue buscado.

-Si no quería, realmente, no tendría que haber aceptado.

-No, supongo que no.

El tatuaje estaba casi terminado.

-¿Te gusta Borges? –cambié de tema.

-Sí, mucho.

Hablamos un rato de literatura.

Daniel ya estaba en los detalles finales. Le sacó fotos a su trabajo.

-Quedó genial –le dije con una sonrisa.

Asintió. Tenía la mirada menos opaca.

6

Fuimos a hacer un trámite. Me costó que entrara pero lo logré. Cuando salimos comenzó la lluvia; por la avenida pasaban camiones de carga. Javi miraba feliz. Empezó un viento fuerte y alzó las manos. Lo miré: estaba fascinado observando las copas de los árboles. Lo alcé para que tocara las hojas más gruesas. Chorreaba el verde en el viento. Miró al cielo. Pensé qué diría si pudiera usar las palabras, en cómo podría decirse toda esa felicidad, con palabras. Después dejé de pensar; seguí mirando el cielo con él. Chorreaba el verde en el viento. Nada más.

7

“Detrás de su negra torre de viento, dos mariposas sueñan un cielo naranja”.

-Hola nene, ¿cómo te llamás? ¡Tiremos piedras!

Y yo respondo por él que se llama Javier y el nene que sigue diciendo y haciendo preguntas. Y yo que le digo que Javier está muy concentrado y no lo escucha. Y el nene habla y habla y habla y Javier concentrado en cómo cae el agua del chorro que alimenta una de las fuentes del Parque Rivadavia y en los surcos que hace el agua cuando caen las piedras que tira. Y por qué no desaparecerá el nene que habla y quiere entablar contacto con mi hijo con autismo no verbal que ni siquiera está escuchando… Y por qué no desaparecerá el nene y sus palabras y por qué no desaparecerán todos los que hacen de esto que le pasa a mi nene algo tan visiblemente insoportable.

Y a veces es la gente que grita o que habla con la voz tan alta, y yo pidiéndole que haga algo, el ladrido de los perros, el llanto de otro nene, las sirenas de las ambulancias, la frenada de un colectivo, el hombre con el taladro rompiendo la vereda, las murgas en carnaval. Se tapa los oídos, ahora, menos que antes. Javier es un valiente. Yo lo sé. Lo sé, aunque a veces me olvido. El otro día había mucha gente en el baño del shopping, y nenas gritando, y yo pidiéndole que haga pis, y el secador de manos que prendían una y otra vez y dos señoras que discutían y el pis que no venía pero él quería igual tirar el botón de la mochila porque la repetición lo tranquiliza. Y yo veía su carita y que se iba poniendo nervioso entonces subimos su calzoncillo descartable, porque el pis no venía, y subimos el pantalón. Se estaba portando bien y hasta aceptó lavarse las manos con mi ayuda en medio de ese barullo y a la salida del baño lo felicité y le di un beso en la mejilla y él me miró como diciendo “sí mamá lo pasé mal ahí dentro pero sí hago lo que puedo”.

8

“Cuando anochece, vuelan pájaros, como barcos en el aire”, y enseguida veo a Javier, fascinado con las palomas y todo pájaro surcando los cielos de las plazas.

9

A mí me gustan los días lunes porque cuando paso a buscarlo por el Centro Educativo Terapeutico Javier no tiene ninguna terapia y tenemos un montón de horas para nosotros. Entonces la tarde se abre como una mandarina. “Cuando la tarde se derrama como un vaso de agua, pasa un hada redonda y violeta como una ciruela”, creo que Javier percibe mi entusiasmo ante la tarde para hacer cualquier cosa que tengamos ganas y él se entusiasma también. Javier es excesivo, como es el padre, como soy yo. Desde que camina, Javier camina excesivamente, hoy día, a veces cuento ocho kilómetros por tarde.

10

“Subibajas de colores, las hojas. Revuelven el mundo y vuelan, alrededor”.

Tendrá treinta y pico. Vende globos. La primera vez que lo vi estaba en la puerta del Village Caballito. Parecía que iba a salir volando con tremendo manojo de globos en la mano. Es delgado. Javi se detiene ante tremenda frondosidad de globos. Intenta agarrar uno. Varios. Le pregunto al muchacho cuánto salen. Para mi sorpresa, saca de bolsillo un papel donde tiene anotado, muy prolijamente, a mano, el tipo de globo y su precio. Me lo muestra. No emite sonido. Creo que tengo 100 pesos en la billetera, no me alcanza ni para el más barato. “Javi hoy mamá no tiene plata”, le agradezco al muchacho y sigo con Javi para casa. Vuelvo contenta. “¿Será autista?”, me pregunto. “Si es así, qué bueno que pueda estar vendiendo globos en la calle… que pueda hacer algo”. Porque ese es mi peor fantasma… Que Javi no pueda desempeñarse, de alguna manera. Enseguida mi mente me juega una mala pasada. “Se lo habrán escrito”, pienso con decepción. “Quizá puede venderlos pero, además de no poder hablar, no puede escribir”. Al rato me olvido del tema. Días después voy al Parque Rivadavia con Javi y vuelvo a verlo. Tiene más globos aún. Javi va y viene entre sus globos. Luego se distrae con las flores. Usa el tobogán, pero termina entre los globos nuevamente. Me decido. Me acerco. Javi: “¿cuál querés”?, pregunto medio retóricamente porque sé que no va a elegir. Esta fascinado con el conjunto. Con la marea de globos. Hay un padre antes que yo y, para mi sorpresa, veo que el muchacho saca su lista de precios pero conversa algo con él. Luego me toca a mí. “Cómo le gustan”, dice. “Sí”, digo. “A ver, a ver… ¿de 200 cuál tenés?…”. Eso cuesta el más barato. El muchacho maniobra, calculo, entre 50 o 60 globos y me indica. Yo me pregunto entonces cuál es su discapacidad. Porque algo parece no funcionar del todo bien pero puede hablar. “Dame este”, le digo tomando un globo redondo de PAW PETROL. Lo ayudo. “No ve bien”, pienso. Pero para no ver bien se maneja muy bien. Tomo el globo, le pago. Pasamos la tarde Javi, el globo y yo. Lo ato a su mochila. Me quedo pensando cómo será la vida del muchacho. En el curso de la tarde me lo cruzo como tres veces más, la última, a la salida del Shopping Caballito. Cuando Javier lo ve parece querer más globos, especialmente los que parecen huevos fritos, los de los MINIONS.

-Le gustan los amarillos –dice.

-Si, estos, más que globos, parecen flores… Es autista, los colores le llaman mucho la atención, todo lo sensorial… -y paro de hablar.

-Si, ya sé –parece saber de qué le hablo.

Mira en dirección a mí pero no puede fijar la vista con precisión. Hace media sonrisa.

-Qué lindo nene –dice y le agradezco. Sigo pensando cómo será la vida de este chico y si Javier podrá vender globos en el parque, cuando sea grande. Si podrá decir algo. Me desea suerte, lo mismo hago. Pienso que la necesito, a la suerte.

11

Cuando era muy chiquito a Javi le escribí muchos poemas. “Media luna de lluvia es un río de mariposas con resfrío”. Me encantaba escribirle de chiquito. Y me recuerdo embarazada pensando en los libros que le leería y sus respuestas. En las obra de teatro que veríamos porque él mismo me pediría ver. Las veces que intenté llevarlo a Teatro para Bebés y fue fracaso tras fracaso, tras fracaso. A los meses, al año, al año y pico, a los dos años y después me cansé porque parecería que lo estuviera sometiendo a un castigo, y después supe que en el autismo la sensorialidad está totalmente alterada. Pienso que la vida es una cosa paradójica, al menos. Yo amé ir al teatro, al cine, leer libros y Javier usa los pocos libros que quedan en mi biblioteca (he vendido casi todos), especialmente los diccionarios que se salvaron, como step de gimnasio. Yo contemplo mis diccionarios devenidos en esto y pienso en mi familia y en la familia del padre, en los que los libros significaron para todos nosotros. Pienso en mi vida cambiada. En lo que ya no leo y en lo que sí leo para tratar de entender todo esto. En que tengo que aprender a hacer cosas más útiles.  En todas las literaturas que cursé en la facultad. En el tiempo en que yo me dedicaba a escribir cuentos y poemas para chicos porque era ese el mundo que yo tenía para darle y para él las palabras son duras como rocas y para mí eran piedras preciosas.

12

El otro día fui a un Outlet de Nike. Quería comprar ropa deportiva urbana para Javier y para mí. Vi remeras para él y, en el mismo sector de niños, los talles grandes de adolescente que suelen irme perfecto porque soy menuda. Lindas remeras para él, para mí. De golpe está todo bien y se opaca. Pienso. La ropa. Los colores. Los diseños.

¿Qué va a poder elegir?

Todo se nubla. No veo más nada. No entiendo más lo que veo. Veo colores que no tienen sentido, todo gira, gente que habla a mi alrededor y dice cosas que no entiendo, como debe sentir Javier: murmullos sinsentido alrededor. Viene el llanto. Es digno, es discreto, lo más disimulado que puedo. Dejo las remeras, me alejo y me siento en unos bancos que están en medio del salón. No sé si Javier va a poder elegirse su ropa, pienso mientras todo sigue girando a mi alrededor.

13

“La noche, es un pedazo de luna, rodando en el descampado”. Era casi de noche, estaba terriblemente disperso, caótico, y me costaba que hiciera aun las cosas que sí hace habitualmente. Lo agarré enérgicamente del brazo y le fui pidiendo que juntara y guardara las pelotas, los muñecos, los libros y todo lo que estaba regado en el piso. Le indiqué que pusiera cada cosa en la caja que correspondía. Lo dirigí al baño porque se había hecho caca y me empujó un poco, manifestando su disconformidad. Yo le pegué una cachetada. Se puso la mano en la cara y me miró de una manera que, creo, me va a acompañar hasta el último día de mi vida. Nunca le había pegado. Nunca volví a hacerlo. Sentí fuego en el cuerpo. Sentí que el cielo me aplastaba. Sentí que soy una miserable. No supe cómo mirarlo a los ojos por un rato.

14

Y hay días en que tenés que decir como cuatro veces en la misma tarde “es autista”, “es autista”, “es autista”, “es autista” cuando te reta el del supermercado “Señora hay que decirle al nene que no saque las cosas de la góndola” y yo con cara de odio “ES AUTISTA” y la gente mira y yo quiero que miren eso y el del supermercado  “ahhh, no parece, perdón no dije nada” y yo no lo perdono un carajo pero me callo. Y si vas al Mac Donald´s le divierte sacarle alguna papa frita al de la mesa de al lado, por más que él se haya comido o esté comiendo las suyas y la cara con la que te miran y vos “ES AUTISTA”, entonces “ahh perdón”… y yo ya no perdono, no perdono esos comentarios y es una mentira la inclusión y menos mal que mi hijo va a un Centro Educativo Terapéutico con otros nenes con autismo y no a la escuela común con maestra integradora, como fue dos años, que servirá para niveles de autismo más bajos pero no para el de Javi y va a costar horrores que vea agua y no quiera meterse, que vea una paloma y no quiera ir tras ella, que vea una papa frita en cualquier lado y no la tome, que vea un cartel violeta llamativo y no lo agarre. No sé hasta dónde va a poder llegar Javier pero la integración es un discurso vacío porque a veces parece que cuanta más instrucción más intolerancia… Y también observo, en las plazas, cuánto mejor es la gente que ha decidido tener perros, gatos, plantas o nada pero no hijos. Definitivamente tenés más posibilidades de hablar con ellos. “ES AUTISTA” “ES AUTISTA” “ES AUTISTA” “ES AUTISTA”, y vos que querés desaparecer del cansancio, de hastío, de la indignación, de tener que explicar y explicar y explicar.

15

Conocí a Alberto en una placita chica como un pañuelo, un cuadrado verde entre avenidas que Javi adora, a la salida de su Centro Educativo Terapeutico. Javier llega allí, toca los pastos altos como si estuviera en una pradera en los Alpes Suizos y sonríe. Había un señor recostado en uno de los asientos de esa placita, con un paquete de galletitas Maná encima. Javi fue directo a las galletitas, no alcancé a impedirlo.

-Perdón, es autista –dije mecánicamente, corriendo detrás.

-Dejalo, está bien – me dijo el señor–. No hay problema.

Sentí alivio. Parecía sincero al decirlo. Tenía cara de buena gente.

-Estoy haciendo tiempo para ir a buscar a mi hijo del colegio. Y pronunció el nombre de una escuela especial, para niños y adolescentes con alguna problemática.

Sentí más alivio aún. No había nada que explicar. Ese día hablamos un buen rato. Eso que yo no encontré en los grupos de padres para niños con TEA empecé a encontrarlo así, de casualidad. El hijo del señor es mucho más grande que Javi, y tiene otra problemática, pero con pocas palabras nos entendimos perfectamente.

16

El poema mio que a mí más me gusta se llama “El amor” y dice:

 

Él miraba la hierba

como la casa

que nunca tuvo.

Pasó una rana.

Buscaba

las venas del agua.

Era delicada

como una bailarina.

Desde ese día

recorren los campos

buscando manantiales.

17

Es sábado a la tarde. Estoy con Javi en el Village Caballito. Estamos por comer papas fritas y tomar coca cola. Está inquieto. El pedido tarda. Trato de ser firme y de que espere a mi lado; está familiarizado con el lugar y eso le da y me da tranquilidad. El Village está lleno. Finalmente me entregan la bandeja, digo gracias. Es una coca gigante, siempre compartimos. Javi revolotea alrededor. No veo mesa libre pero de golpe visualizo una. Digo: “Javi, vení” y se cruza por delante. Se me vuelca la coca entera. Miro el río de coca cola por la bandeja, por el piso. Me siento, igualmente, en la mesa que había elegido. Javi me sigue. Empieza con las papas fritas. Saco una botellita de agua, la que siempre llevo en la mochila. Empiezo a limpiar un poco con servilletas; se me vienen mil ideas a la cabeza. Tengo miedo. Pienso si voy a poder. Se me llenan los ojos de lágrimas. Javier disfruta de las papas fritas pero no parece muy conforme con la botella de agua. Yo sigo empapando servilletas con coca cola. Se acerca alguien.

-Disculpame –me tocan el hombro. Lo miro-. Vi lo que te pasó. Yo trabajo en Mostaza, si les explicás te vuelven a dar una coca.

Yo lo miro pero no reacciono.

-No quiero dejarlo solo. Es autista –le explico.

Las chicas de la mesa de al lado me dicen que ellas lo miran mientras yo voy.

Me quedo callada. Estoy en blanco.

-Dame el ticket –dice el pibe-. Yo te la traigo.

Y a los pocos minutos aparece con otra coca gigante.

-Gracias. Muchas gracias –lo miro y siento un profundo agradecimiento.  Pienso que a veces alguien te manda a la persona que necesitás en el momento adecuado para seguir adelante.

-Por nada –dice-. No tenés por qué- y vuelve a su mesa, cercana a la mía y sigue comiendo su hamburgesa de Mostaza.

18

Un día  Javier me apartó con sus manos cuando me acerqué a su cama y le dije buen día. Me miró con una seriedad dolorosa. Es tan digno que percibe lo que siento a veces, cuando me lamento por lo que él no es, por lo que no puede hacer. Por lo que no puede decir.

Esa noche yo esperé que me convocara a hacer algo con él, cualquier cosa, aunque fuera ir a tocar y agarrar las piedritas de la gata. En general me enojo y le digo “no” cuando va a tocarlas, así como cuando va a agarrar su alimento balanceado, que saborea como si fuera maní con chocolate. Esa noche me sentí tan agradecida cuando me tomó de la mano para ir a saltar a la cama grande aunque no hubiera terminado la cena. No me importó mucho que hubiera pedacitos de milanesa alrededor de la cama grande porque a veces agarra un pedazo y le gusta deshacerlo como si fuera una flor. Esa noche fui feliz saltando con él en la cama grande. Javier me había puesto un límite. Ese día fui feliz cuando de a ratos paraba de saltar y acercaba su mejilla a la mía y me abrazaba. Esa noche le agradecí profundamente que me tomara de la mano cuando se iba quedando dormido y yo miraba el cielo de su habitación, tirada en la bolsa de dormir que guardo bajo su cama para casos de emergencia.

19

Ayer, en medio del patio de juegos al que a veces vamos a la salida de la psicopedagoga, Javier me tomó la cara con sus manos y acercó sus labios a mi mejilla. Así se quedó un rato y después dejó su mejilla pegada a la mía. Sonreía. Plenamente. Con esa sonrisa que él tiene. Que abre caminos. Que envuelve. En esos momentos yo siento que haría cualquier cosa por él. En esos momentos siento que no soy una miserable.

20

A veces no sabés qué lo detona. No sé qué fue ayer, después del baño: los fantasmas, la literalidad con la que comprende la porción de mundo que va entendiendo. Lo abracé fuerte. Jamás abracé a nadie así. No hay que reprimir el llanto cuando viene. Cuando viene, viene.

-Lo estás haciendo muy bien –lo miré directo a los ojos.

Me miró. Me abrazó fuerte. Fuertísimo, también.

-Te quiero Javi. Lo estás haciendo muy bien.

Le toqué el pelo. Sonrió.

“¿Qué va a pasar dentro de 5, 10, 15, 30 años?”, pensé.

“¿Vas a estar siempre en desventaja en este mundo de mierda?”.

“¿Cómo vas a hacer?”

“¿Cómo sigue esto?”

Al llanto no hay que reprimirlo pero sí tratar de conducirlo. Más, si estás con tu hijo. Era tarde, estábamos en su habitación. Nadie sabe nada, después de todo. Con o sin patología. En esto avanzar se avanza. Siempre: mucho, poco, mediano. Pero se avanza.

“¿Hasta dónde vas a poder?”, seguí pensando.

-Te quiero Javi. Te adoro pichón. Lo estás haciendo bárbaro. Sonrió más, cerró los ojos y se durmió. Yo me fui reponiendo. Me lavé la cara con agua fría. Me saqué los restos de maquillaje. A veces no sabés qué lo detona. La tristeza es parte de la vida pero yo ya estaba menos triste. No tengo ninguna respuesta. Estamos haciendo todo. Llegaremos hasta donde podamos. Las cosas son como son. Me recosté a ver una serie y disfruté de parte de la madrugada.

21

Conocí a Sebastián porque me pidió solicitud de amistad en facebook. Inmediatamente me escribió por Messenger. Sebastián está privado de su libertad, en una Unidad de Regimen  Abierto, en La Plata. Sale dentro de seis meses, aproximadamente. Escribe muy bien. Hablamos mucho, yo más que él. Es ermitaño. La cárcel lo ha vuelto así, dice. Cuando le hablo de los pocos amigos que he conservado, de los pocos que entienden el terremoto que es mi vida actualmente, de cualquier manera lo celebra porque él me dice no le ha quedado casi nadie. Pero sí una buena parte de su familia, con quienes está en contacto permanente.

-Bueno, bien, en mi familia están todos peleados con todos -dije.

Me explicó, mínimamente, cómo es el régimen en el que está y yo le pregunté por qué no salía a dar una vuelta, diariamente, a despejarse.

-Porque no tengo domicilio acá. Entonces no puedo. Los que salen van a ver a su familia o a trabajar, en algunos casos. Soy de otro lado –escuchaba yo mientras me iba poniendo colorada-. Si pudiera salir a pasear, saldría. Pero no está contemplado –terminé de escuchar el audio y en su tono de voz había una risa contenida.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan imbécil. Me habló de una película con Bruce Willis que vio hace años, donde había un chico autista.

“Otra versión edulcorada del autismo”, pensé enseguida. Le dije que la vería, sin estar convencida. No quise parecer descortés. “Seguro, otra versión de autismo onda Netflix”, pensé “con chicos brillantes pero retraídos, que resuelven crímenes y todo tipo de misterios y cuyo único problema es conseguir novia o amigos para salir”.

Sebastián sabe de autismo lo que yo sé del mundo carcelario. Le hablé más de Javi. Parece una persona sensible. Es interesante hablar con él.

-Perdoname no sabía –me contestó como pidiendo disculpas.

22

“Voy a cavar la tierra la tierra hasta encontrar tu risa, color marrón”… Encontré este pedacito de poema que escribí hace varios años. Nunca se lo di. Era para el papá de Javier y empieza así. No sé por qué nunca llegué a dárselo.

23

Gabriela es la mamá de Juan, de 4 años y un autismo como el de Javi. También van al Parque Rivadavia y Juan se encandila y persigue a las palomas, como Javi. Gabriela está embarazada. Me pareció el primer día que la conocí pero no me animé a preguntarle. Luego lo confirmé.

“Hay que tener huevos”, pienso cada vez que la veo “para animarse a otro”.

Tiene mucha ayuda de sus padres, como yo. Prácticamente los abuelos de Juan viven pendientes de su hija y su nieto, noto yo, por lo que hablé con ella y con su mamá, las veces que Juan va al Parque con la abuela.

La señora lo cuida todos los días casi todo el día.

“Debe estar casada con un hombre maravilloso, además”, pensé cuando confirmé que Gabriela estaba embarazada.

Gabriela es más joven que yo, ahí hay un tema también. Igualmente, por momentos, Juan parece más difícil de manejar que Javi. “Aunque es más chiquito, más menudo”. Hice mis cálculos. Igualmente, ante un berrinche, así embarazada… ¿Cómo hace?

Además, escucho su tono de voz… ¿Cómo hace para sonar así? Medicación no debe tomar si está embarazada.

No sé mucho de su vida. Veo a sus padres pendientes, como los míos.

Es más joven que yo pero ¿tanto?… ¿hará eso la diferencia?

“Su umbral de tolerancia debe ser mucho más alto que el mío”, pienso para mí. Eso seguro.

Obviamente, no está separada. Pero su hombre maravilloso debe, además, ganar muy muy muy bien.

“Debe tener ayuda todo el tiempo, más allá de sus padres”, sigo calculando.

“O estar loca”.

Me animé a preguntarle si lo había buscado. Al embarazo.

Me dijo que sí.

“Será de las personas que creen que cuando tenés un hijo con un problema, hay que tener otro, para que lo cuide a futuro”. Eso lo escuché tantas veces… Obviamente eso no llegué a preguntárselo.

24

“Un universo pequeño, descalzo, se hace camino a la sombra de un durazno”. Un día estábamos en el subte y todos estaban viendo su celular y subió una banda de música y cantó una canción de “Los Abuelos de la Nada”, Costumbres Argentinas. Javi los miraba, miraba para otro lado, luego volvía a mirar y se mecía en el asiento. Primero pensé que se estaba “autorregulando”, palabra muy de la jerga de los trastornos del espectro autista, cuando viene un ruido fuerte, algo impactante, es necesaria esa autorregulación para tolerar algo sensorialmente muy intenso. Lo filmé y le pasé el video a Gabriel, un amigo, que conduce un programa de radio de música de rock, los domingos por la tarde. “Mirá cómo le gusta”, me dijo por whatsapp. “Nadie le da bola a la música y él escucha. Y mira”. Me quedé pensando. Era cierto, nadie parecía prestar atención a la música, todos estaban con el celular, Javier era el único que miraba a los chicos que tocaban. No sé si se balanceaba en su asiento para autorregularse o porque lo entusiasmaba la música o por las dos cosas a la vez pero a mí no se me hubiera ocurrido que pudiera gustarle. Eso se le ocurrió a él.

25

Una gran luna

de azúcar

que es mar, que es viento,

o una montaña

se hace río

y cae

por su destino

de agua.

26

Hace días sucedió algo. Yo le había preparado el baño con agua tibia, fuimos a la bañadera y entró, un poco solo un poco ayudado. Me quede unos minutos con él y sacamos la jabonera, la familia de patos, la familia de ranas. A los más pequeños él suele llevárselos a la boca y yo suelo decirle que “no” aunque por lo general lo sigue haciendo. A veces sacamos un bebote y entre los dos jugamos a bañarlo. Luego fui a calentar más agua. Respondí algún whatsapp, canté algún trozo de canción o le dije algo en voz alta para que supiera que estaba por allí, como siempre. Le pasa a veces, pocas, pero le pasa. Ayer, cuando regresé de la cocina con más agua caliente lo vi nadando en trozos de caca. Su caca. No parecía compungido, creo que su caca no le da asco aún. Jugaba a meter trocitos de caca en la jabonera.

27

“El mar hace caminos violeta”. Le pedí la jabonera y me la dio. Le pedí las ranas, los patos y al bebote. Al final yo hacía con él. Le pedí que se quedara parado en el banquito que tenemos al lado de la bañera, con el caloventor andando, para que no tuviera frío. Fui a buscar lavandina, procenex y limpié todo, para preparar la bañera nuevamente para el baño.

-Javi está todo bien. No pasa nada. Esto pasa a veces. Pasa en todas las familias –le toqué la mejilla y recordé que era una frase de mi abuela. Volví a decírselo porque se había puesto serio mientras yo limpiaba la bañera con lavandina y procenex y metía a la familia de patos, ranas y al bebote en una balde.

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-Y- me dijo por audio un día, Sebastián –te habrás mandado alguna cagada grande, en otra vida, y entonces el de arriba te mandó un hijo diferente, especial, que requiere más cuidados. Así compensás las cagadas.

-Sí –le dije con total convicción- debe ser así.

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Es cierto que Javier sonríe especialmente con Costumbres Argentinas, la canción de “Los abuelos de la Nada”. Ayer subimos a la línea “A” del subte y había otro grupo tocándola. Y Javier sonrió. Con esa sonrisa que él tiene. Infinita. Al son de la música se balanceaba. Más tarde le mandé un whatsapp a Gabriel, mi amigo del programa de radio, contándole.

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Un sonido largo

rojo, verde

se pierde

vuelve.

Como un elefante en el aire

rueda, gira

va, viene.

Enloquece.

Promete caminos.

Envuelve.

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Era una noche azul, brillante. “La luna es un abanico naranja y amarillo”, escribía hace años en un poema. Salimos del subte, veníamos de hacer 3 combinaciones, luego de pasear por el Abasto y comer papas fritas y tomar coca cola. Javier bajó de la línea A y corrió un poquito pero mirando hacia atrás, donde yo estaba. Su sonrisa era plena, todo hubiese indicado por la hora que había que volver a casa pero lo dejé. Ama ir a las mesas donde juegan los jubilados, en el Parque Rivadavia, cerca de los puestos de libros. Fuimos allí y subió y bajo de las mesas y fue al sector de los juegos sin elegir uno en particular. Yo atrás, corriendo, pero contenta. Arrancó hojas de las plantas de los canteros que están alrededor, tocó la tierra, la agarró. La luna estaba llena de una luz blanca y parecía una mariposa. Estaba disperso pero había una felicidad contagiosa en él. Fue hasta el lago del parque. Cerca de los lagos yo tengo mucho cuidado y elevo y vuelvo mi voz lo más vehemente posible. Por suerte él escuchó esta vez y llegó hasta el borde nomás y luego retrocedió y agarró unas piedras. Le estoy enseñando a tirar piedras al lago. El comenzó a tirar una y yo otra y luego él seguía y yo también y así por turnos un buen rato. Y fue un momento realmente feliz.

Diciembre de 2019

Daniela Feoli

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