Los debates y propuestas sobre integración e inclusión educativa se encuentran hoy a la orden del día.
Investigaciones, artículos, conferencias, manuales, libros etc. abordan el tema desde distintas perspectivas, que analizan o exponen las diferencias entre la Integración y la Inclusión, así como los retos de incorporar la Inclusión en las prácticas educativas del siglo XXI. Casi siempre parten de una premisa común: La necesidad de que se dé una inclusión educativa real y eficaz para las personas con capacidades diferentes.
Para analizar todo el fenómeno y sus implicaciones de carácter social cabe pararse a pensar qué se entiende por educación y su relación intrínseca con el concepto de sociedad. La educación es un fenómeno histórico y social inherente a la especie, puesto que asegura su supervivencia y la supervivencia de los millones de años de evolución. La educación es poder, es la capacidad de incidir en la conducta del otro para moldearla para la repetición o la producción según sean los intereses de la sociedad que produce y distribuye los saberes. En palabras de Durkheim (Durkheim, 1974) “(…) la educación no es para la sociedad más que el medio por el cuál logrará crear en el corazón de las jóvenes generaciones las condiciones esenciales para la propia existencia (…)”
La educación es por tanto el medio por el cual cada individuo debe adquirir los preceptos básicos que le permitirán incorporarse de forma activa y funcional a la sociedad a la que pertenece. Y es justo aquí donde el concepto de Inclusión educativa y el de educabilidad traspasan las necesidades de un grupo determinado de la población y se convierten en los retos fundamentales a los que se enfrenta la Educación de este siglo. En palabras de Juan Carlos Tedesco “Hoy tenemos desafíos nuevos, educar en siglo XXI, dar una educación de calidad en el siglo XXI implica enfrentar el desafío de aprender a aprender, (…) quiere decir que el gran desafío que tiene la escuela es el de enseñar el oficio de aprender.”
Y para enseñar el oficio de aprender hay que tomar una postura ética, donde nadie sea considerado ineducable per se, sino por el contrario creer en la educabilidad de otro sea norma. Para Philippe Meirieu “la educabilidad es un horizonte sobre el cual situar los ojos” y por tanto el reto radica en una necesidad real de generar un giro en las prácticas educativas que permitan poner el centro en las fortalezas y necesidades individuales de las personas, de forma coherente y significativa generando modelos educativos que permitan plantearse una educación de calidad para todos. Y al ser para todos elimina la necesidad de hacer la diferencia para aquellas personas que se encuentren por ejemplo dentro de los Trastornos del Espectro Autista.
No obstante los modelos y sistemas educativos de la región distan mucho de superar estos retos y para las personas con TEA la inclusión educativa se ha convertido en una de las principales batallas. Por suerte los distintos casos han permitido generar suficiente evidencia empírica que ha permitido demostrar la importancia y eficacia de llevarla a cabo en este grupo poblacional.
Es importante comenzar a mirar un poco más allá, expandir el horizonte y detener la mirada no solo en los resultados que pueda generar en las persona con TEA, sino en las huellas que va dejando su inclusión en los docentes que participaron, los compañeros y la institución educativa en sí misma.
Una experiencia personal:
Como Acompañante Terapéutico trabajo hace tres años con un niño con TEA en el ámbito escolar. Su incorporación, para la institución educativa fue todo un proceso de aprendizaje pues no contaban con antecedentes de haber trabajado ni con personas con TEA ni con Acompañantes Terapéuticos.
El trabajo en equipo ha constituido el pilar fundamental en el que se sustentan los avances del niño incluido. Sin embargo hoy me gustaría destacar las” huellas azules” que ha ido dejando su inclusión. Hace unos meses entré de casualidad al salón de quien fuera su maestra de primer año y me sorprendió gratamente encontrarme con herramientas imprescindibles en la inclusión, tales como: La agenda visual en el pizarrón, la técnica del semáforo para trabajar las sensaciones, las conductas y potenciar el autocontrol, pictogramas por todo el salón y múltiples carteleras con el método de Lectura Global y todo esto sin que en su clase actual hubiera un niño/a con TEA.
Entonces, ¿por qué continuar usando estas herramientas?, sencillamente porque las herramientas no son exclusivas de un diagnóstico, son un medio de flexibilizar el proceso de aprendizaje y por tanto en la medida en que su aplicación se adapte, se vuelven herramientas viables para TODOS; herramientas que contribuyen a mejorar la relación pedagógica.
De esta forma cuando tenemos la posibilidad de seguir el camino que dejan estas “huellas azules”, nos encontramos con docentes que reflejan con su práctica diaria que “querer enseñar es creer en la educabilidad del otro, querer aprender es creer en la confianza que el otro tiene en mi (…)” (Meirieu, 2001)
El punto de partida está en confiar en la capacidad inherente del otro para aprender y el reto recae en tener lo que en mi opinión son aptitudes que encontramos en todo buen maestro: Creatividad y Tolerancia.
Autor: Terapeuta/ATPI Susel María Aja Pajón
Bibliografía:
- Durkheim, E. (1974). Naturaleza y Mñetodo de la Pedagogía. En Educación y Socilogía. Buenos Aires: Shapire.
- Meirieu, P. (2001). La opción de educar. Ética y pedagogía. Barcelona: Ediciones Octaedro.
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